Ya han pasado un par de semanas desde que Chile enfrentó una de las olas de incendios más destructivas de los últimos años, consumiendo más de 435.000 hectáreas y dejando cerca de 5.500 personas damnificadas, tanto en sus hogares como en sus fuentes de trabajo.
Ahora, ya pensando en la reactivación de este sector, el agrónomo Eduardo Meirone, académico de la Escuela de Agronomía de la Universidad Santo Tomás, nos explica algunos puntos a tener en consideración al momento de volver a trabajar con aquellos suelos que fueron víctimas del fuego y el calor de estos siniestros.
¿Cómo saber qué tanto daño produjo en el suelo un incendio?
“La intensidad del fuego, la energía liberada, está relacionada con la temperatura y la duración del fuego, pero no suele conocerse en la mayoría de los incendios, por lo que usamos la severidad para conocer el efecto del fuego sobre el ecosistema”, explica Meirone.
Según el profesional, definir este daño siempre “depende” de la suma de factores (combustible, comburente y fuente de calor), calculando esta severidad a través del grado de pérdida de materia orgánica, la cartografía del incendio y algunos parámetros del suelo como el color de las cenizas o la profundidad de la carbonización.
Entonces, un incendio de severidad leve tiene cenizas de color negro y una carbonización de pocos milímetros, mientras que uno de alta severidad cuenta con cenizas blancas y grises, además de tener materia orgánica carbonizada por varios centímetros de profundidad. Este último caso provoca la aparición de una “capa impermeable” que no permite una buena infiltración del agua.
“Un suelo con óptimas condiciones de uso tiene un contenido de materia orgánica superior al 5% en su capa arable”, indica el agrónomo. La importancia de este porcentaje radica en que mejora las propiedades físicas, químicas y biológicas del suelo.
¿Se puede recuperar un terreno quemado?
Afortunadamente, sí, con este proceso dividiéndose en dos etapas. Una primera de “rehabilitación”, la que debe iniciar lo ante posible y tiene como duración entre uno a tres años. Aquí se utiliza “mulch orgánico”, es decir, restos vegetales que son utilizados como cobertura de los suelos, explica Meirone, siempre evitando la presencia de especies exóticas o invasoras. A esto se le debe sumar guano, compost o bokashi, impidiendo la “erosión eólica e hídrica de los suelos y reintroducir microorganismos benéficos perdidos por el incendio”.
La segunda etapa, de “restauración”, puede ser “pasiva” o “activa”. En el primer caso no hay intervención humana, en un proceso que puede durar entre 5 a 50 años en base a dejar actuar a la naturaleza.
“La restauración activa es la que tiene un manejo antrópico intenso que puede realizarse a través de siembras, plantaciones o una mezcla de ambas. Demora menos tiempo, pero requiere de una fuerte inversión para la compra de plantas y está sujeta a la disponibilidad de éstas en los viveros”, explica el agrónomo sobre la otra opción.
Para esta segunda alternativa es importante “la implementación del plan de restauración que depende de las características del suelo, la topografía, la hidrología, comunidades ecológicas a restaurar, las perturbaciones y el clima o microclima de la zona”.
De todas formas, pide ser prudente con los resultados, ya que “no siempre se recupera la composición y estructura del ecosistema previo, ya sea por falta de conocimiento del historial ecológico del lugar, porque las condiciones actuales han cambiado o por falta de financiamiento”.
¿Qué se puede plantar en un terreno afectado por el fuego?
Meirone cuenta que hay tres tipos de categorías de suelo en Chile para actividades productivas: agrícola, ganadero y forestal. El tipo de planta para cada suelo dependerá de su tipo, aunque también indica que los cambios de categoría pueden requerir de trámites legales.
“En terrenos forestales, las plantaciones son mayoritariamente de especies exóticas que pertenecen a ecosistemas dependientes del fuego como el Pinus radiata y Eucalyptus globulus”, explica el docente, indicando que estas plantas -originarias de Estados Unidos y Australia, respectivamente- están adaptadas a periodos con incendios. “La recuperación de estos terrenos no contempla un mayor desafío”, indica Meirone, ya que “debido a que estas especies tienen mecanismos de regeneración”.
En el caso de los agrícolas, en donde se han quemado más de 200 mil hectáreas, hay más variables a considerar. Una de ellas es que, si bien están clasificadas como agrícolas, no todas se utilizan con ese fin: “Estos terrenos que ya presentan suelos muy intervenidos están más susceptibles a la erosión y si no se actúa de manera oportuna, podrían degradarse y perder sus características de capacidad de uso agrícola”.
“En estos casos, se pueden establecer praderas de gramíneas con mezclas de leguminosas, que además de actuar como protección y aportar microorganismos y materia orgánica a los suelos, ayudarían en la alimentación del ganado de la zona”, añade.
De todas formas, Meirone también pone énfasis en los bosques nativos: “Aunque existen especies como las del género Nothofagus -Roble, Lenga, Ñirre, Coigüe, Raulí, entre otros-, que presentan mecanismos de regeneración por semillas o rebrotes, éstas presentan un crecimiento más lento que las especies exóticas descritas anteriormente. Si no hay una restauración activa, con participación de entes estatales, crecerán matorrales arbustivos o especies sobrevivientes al agente perturbador, incluidas especies introducidas que sustituirán estos bosques”.
Fuente: Simplicity