En 2015, la Agenda de Desarrollo Sostenible, adoptada por los Estados de las Naciones Unidas, propuso un camino para alcanzar la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y niñas. La fecha para lograr la meta es el 2030, sin embargo, el reloj del tiempo avanza implacablemente y la igualdad de género aún está lejos de ser una realidad palpable.
Luego de un nuevo 8M insistimos en que los cambios deben provenir de todos los actores. Los Estados, las empresas, las organizaciones y la sociedad en su conjunto. Un paso ineludible es cambiar nuestro sistema de creencias, apropiándonos de los valores de la igualdad de oportunidades, inclusión y no discriminación. Así actuaremos de manera más sensible frente a los sesgos (conscientes o inconscientes), al uso de un lenguaje no excluyente y a la promoción de prácticas de afirmación positiva que ayuden a nivelar la cancha para eliminar las brechas.
Aun presenciamos enormes inequidades en el acceso y calidad del empleo para las mujeres; se mantiene una baja corresponsabilidad doméstica generando sobrecarga global para mujeres de todas las edades; y se siguen reproduciendo estereotipos en la educación y mercado laboral.
Invitamos a ampliar la mirada a toda la diversidad de mujeres cuyas voces y realidades a menudo son más invisibles o marginadas, como las asalariadas agrícolas temporales, las campesinas, las habitantes rurales y las migrantes. En concreto a complejizar los abordajes, pues a las barreras de género se suman otras, provenientes de las diferencias de zona de residencia, de nacionalidad y de clase, dando sentido a la perspectiva interseccional. El reconocimiento de la heterogeneidad nos situará en el camino hacia soluciones específicas y contextualmente relevantes.
Pamela Caro y Vanessa Zúñiga
Centro CIELO Universidad Santo Tomás
Fuente: Simplicity.