- De acuerdo con la frescura del producto, varía la coloración del envase que se degrada rápidamente en alrededor de una hora, a diferencia del plástico tradicional. Además, es comestible.
Una bolsa de plástico tarda alrededor de 55 años en degradarse, y aun así, sus componentes no desaparecen del todo del medio ambiente. Por eso, urge encontrar soluciones alternativas y el académico de la Escuela de Agronomía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV), Cassamo Mussagy, desarrolló una investigación que aprovecha las uvas no utilizadas o los descartes de éstas para la creación de un bioplástico inteligente, el cual puede ser utilizado para diversos productos de la industria alimenticia.
En lo inmediato, a través del proyecto “SmartBioref”, trabaja junto a su equipo de investigadores en la creación de bioplásticos inteligentes elaborados a partir de biosensores que se obtienen de estos residuos, los cuales entregan valiosa información respecto del estado de conservación de ciertos alimentos, como la carne y pescados.
“En una primera fase se pretende analizar la valorización del residuo de la uva, desde donde logramos sacar pigmentos que pueden ser utilizados como biosensores y a partir de ellos formar bioplásticos inteligentes, los cuales pueden ser utilizados en la industria alimentaria como sensores de la frescura de los alimentos”, detalló el profesor e investigador de la PUCV, Cassamo Mussagy.
Pero ¿por qué se denomina bioplástico inteligente? “Los biosensores son formulados por las antocianinas que son pigmentos naturales que se mezclan con pigmentos microbianos; a partir del resultado de dicha combinación se puede obtener un cambio de color en los biosensores. A raíz de ese cambio se genera un efecto visual que nos permite saber el estado del producto”, señaló Mussagy.
Para el investigador la utilización del bioplástico es ideal para empacar proteínas de origen animal, como por ejemplo carne de vacuno, cerdo o pescado. “Originalmente el bioplástico es de color morado y, dependiendo del pH, gases generados y otros factores de la proteína animal, éste puede ir cambiando de color hacia amarillo o rojo. El color nos indicará si el producto está o no en buen estado”, agregó Massagy.
El profesor detalló que “el bioplástico viene a reemplazar al plástico tradicional porque es de mucho más fácil degradación. En condiciones normales se tarda cerca de siete días en degradarse, pero al ser expuesto al agua se degrada en menos de una hora, lo que demuestra la biocompatibilidad de los nuevos bioplásticos que estamos fabricando”.
El investigador de la PUCV no trabaja en solitario. Parte de su equipo lo conforma Henua Ugarte, estudiante de quinto año de la carrera de Agronomía en la PUCV. La joven, originaria de Rapa Nui, y quien trabaja hace meses con el profesor Cassamo Mussagy, calificó la experiencia como “un sueño”. A diferencia de su mentor, que genera el bioplástico a través de los descartes de uvas, Henua trabaja con los desechos de la guayaba de Isla de Pascua, un fruto particular de su zona, para la creación de diversos productos.
“La idea es aprovechar el residuo completo de la guayaba y generar una economía circular para valorizar lo más posible el residuo. Nosotros hacemos la extracción de pigmentos para obtener carotenoides, antocianinas y también biogás. Actualmente estamos trabajando en la creación de suplementos alimenticios y cosméticos en base a los descartes de la guayaba”, aseguró Henua Ugarte.
La joven estudiante agregó que “lo que estamos haciendo no es sólo una gran oportunidad para los jóvenes, sino que también para el mundo; es el futuro. Como nuevas generaciones tenemos que buscar la forma de cuidar el medioambiente y cuidar también a los que vengan detrás de nosotros”.
Por el momento, la fabricación del bioplástico incluye entre sus componentes cáscara de papas, las cuales aportan el almidón necesario para este revolucionario producto. “El bioplástico es 100% orgánico y por lo mismo puede ser comestible”, detalló el profesor Mussagy sobre su proyecto, mientras lleva un trozo del producto a su boca para masticarlo.
Fuente: PUCV