En la última década los jóvenes se han convertido en protagonistas de la sociedad. Pero este protagonismo adquiere ribetes que aparentemente son contradictorios. Manifiestan compromisos circunstanciales con causas sociales específicas relevantes en las que la emoción es un factor relevante (derechos de las minorías, medio ambiente, feminismo, etc.), pero al mismo tiempo rechazan los mecanismos tradicionales de la participación política. Reconocen formalmente a la democracia como forma de gobierno, pero manifiestan muy poco interés en participar de ella. Más aún, no vinculan la participación como un ejercicio esencial de la democracia. Los jóvenes muestra altos niveles de preocupación por el entorno social pero sus interacciones no dan espacios a formas de participación de largo plazo e institucionalizada. Uno de los obstáculos es el miedo: miedo al conflicto familiar cuando sus opiniones son divergentes, al rechazo de los amigos, a la estigmatización en las universidades o derechamente al acoso o persecución cuando se atreven a manifestar posturas contrarias determinados grupos.
Con el objetivo de sistematizar y comprender los discursos dominantes sobre participación y democracia en los jóvenes, el Laboratorio Constitucional de la Universidad Diego Portales y Subjetiva realizaron un estudio de carácter cualitativo. Se organizaron cuatro grupos focales de seis participantes cada uno de entre 18 y 25 años, y que representaban a: universitarios que señalan algún tipo de participación política (marchas y asamblea); militantes de colectividades políticas; jóvenes sin interés en ninguna forma de participación; y estudiantes de Institutos Profesionales y CFT. Con cada grupo se desarrolló una conversación de cerca de dos horas. Un moderador realizó una introducción genérica sobre el tema a conversar utilizándose algunos recursos gatilladores de la conversación. En este tipo de estudios el objetivo principal es capturar el tipo de discurso recurrente en las interacciones sociales.
Se valora la participación, se critica la democracia
Es un dato ya conocido la baja participación de los jóvenes de los mecanismos políticos tradicionales (asistencia a votar, membresía en partidos políticos, etc.). Ello se reproduce en los espacios universitarios, donde se observa una brusca caída en la participación en las elecciones de federaciones en los últimos años. Pero los estudios de opinión muestran que los niveles de insatisfacción con la democracia son bastante similares entre jóvenes y adultos (INJUV 2015). En el discurso de los jóvenes las instituciones políticas no los representan. Los partidos políticos se perciben como instituciones que favorecen a grupos determinados se sienten “estafados” por promesas incumplidas. No se observa una renovación de la política.
Espontáneamente no surge en la conversación la percepción que la política en Chile se esté renovando al existir nuevos referentes como el Frente Amplio o Evópoli.
La participación es altamente valorada por los jóvenes, pero no en cuanto militancia tradicional en partidos, ni en cualquier otra estructura más formal. Más bien, ella se manifiesta a partir de “causas” específicas: aquellos de nivel socioeconómico medio o medio-bajo lo hacen a partir de voluntariados en el barrio, la completada, el bingo para ayudar a alguien que padece una enfermedad. En los jóvenes de NSE medio-alto se materializa en diferentes voluntariados asistencialistas.
La democracia no es algo que surja espontáneamente en los relatos de los jóvenes. Se percibe como lejana, un “pacto” de ciertas élites respecto de la cual ellos se sienten excluidos—incluso aquellos que son militantes de tiendas políticas. Mientras el concepto de “participación” se asocia con aspectos positivos (acción, importante, presencia, activa, voluntaria), el concepto de democracia se asocia con aspectos negativos (no representativa, injusta, falsa, sorda).
La familia, los amigos, y las instituciones de educación
Tres espacios de socialización cobran profunda importancia: la familia, los amigos y las instituciones de educación (colegios y Universidades, Institutos Profesionales y CFT).
- En la familia ocurre el primer espacio de socialización de temas políticos, pero adquiere dos características: primero, la imposición “adultocéntrica” de los padres/madres sobre los hijos, y el temor desatar conflictos si se habla de temas contingentes. Dadas estas dos condicionantes, la actitud de los jóvenes en la tradicional mesa familiar es a evitar expresar opiniones, a salirse de la mesa cuando se comienzan a conversar temas contingentes. La polarización política pasada se reproduce en el espacio familiar.
- El segundo espacio es el del grupo de amigos, donde se encuentra un espacio de confort, de empatía, de colaboración. Es este un espacio—entre pares–donde se da un mayor espacio de respeto y donde se expresan más las opiniones y diferencias. Es desde este espacio que comienzan a desarrollarse las primeras iniciativas de participación que tienen que ver con la solidaridad con amigos/as.
- El tercer espacio es el colegio/liceo/Universidad, IP o CFT. Salvo excepciones usualmente asociados a colegios emblemáticos o que tienen tradiciones de participación (principalmente particulares), en la mayoría de los casos el colegio es percibido como una institución que reprime la participación o al menos no la fomenta activamente.
Un nudo fundamental: el miedo de expresar diferencias
Un discurso compartido entre los jóvenes es el miedo a expresar opiniones en situaciones públicas. El miedo se expresa inicialmente en las familias ante un eventual conflicto; se reproduce entre amigos y en el colegio, ante la posibilidad de no ser considerado socialmente por una opinión diferente a la predominante; pero alcanza su mayor expresión en la educación superior (en especial en la Universidad). Los jóvenes sienten miedo de expresar sus opiniones y perder amigos, a ser estigmatizados y/o a las represalias tanto de la institución como respecto de sus propios pares. Se evita hablar en situaciones públicas para no ser objeto de bullying social.
De la racionalidad a las emociones.
La ausencia de un aprendizaje social de convivir en la diferencia parece tener un impacto relevante en los jóvenes. En el círculo familiar predomina el adultocentrismo y se evitan los temas conflictivos; los colegios no son espacios que promuevan un aprendizaje de participación y escucha. Cuando se llega a la universidad subsiste el miedo a la estigmatización de ser clasificado bajo una etiqueta si opinas de determinada manera que sea diferente a los pares.
En este contexto, la protesta social no es tanto el reflejo de una demanda racional y articulada (un “petitorio”), sino más bien el reflejo de la necesidad de expresarse emocionalmente, de ser reconocidos en ese terreno Se abrazan causas específicas (abusos sexuales, salud mental, problemas sociales específicos) que son gatilladores para una acción política concreta. Las manifestaciones, las protestas, se convierten en expresiones de emociones que buscan resolver demandas individuales concretas. En esta perspectiva, el marco institucional tradicional del nivel nacional e incluso universitario es incapaz de atender esta demanda menos racionalizada y más subjetiva que alude a ser escuchados. El petitorio, muchas veces, es la reivindicación de la emoción en toda su expresión, evitar que se normalicen situaciones que ellos parecen no estar dispuestos a aceptar.
El estudio fue realizado entre abril y mayo, periodo en el cual tuvieron lugar elecciones como las de la FECH, protestas en Arquitectura de la Universidad de Chile por la carga académica y el debate por el nuevo currículo que restringe las horas de historia en la educación media.
Fuente: UDP.